martes, 3 de junio de 2014
Momentos.
Cataclismos sensitivos en forma de vivencias. Instantes que se guardan en lugares escondidos, que recuerdas con detalle y sobresalto en tu dermis. Comienzos apasionantes, finales inesperados, amistades infinitas, enemistades abruptas. Legiones de besos perdidos que se agolpan en el lóbulo frontal, produciendo que tu ceño se arrugue, se mezclan con peleas y frases que cada vez duelen más que antes. Un café cargado de risas y comentarios inteligentes. Una mirada compartida entre una multitud ajena. Mordiscos en mi hombro. Personas que dejan de estar en tu vida sin tu poder hacer nada para solucionarlo. Nuevas personitas que llegan para quedarse. Dejar atrás miedos y afrontar nuevos retos, empezar un nuevo libro. Escribir algo por querer hacerlo mientas los recuerdos se agolpan y empujan por querer salir. La vida resumida en una serie de momentos, que son parte de uno, definitorios por naturaleza. Los que te hacen ser quien eres.
viernes, 2 de mayo de 2014
Mis terrores favoritos I
Como llevo un tiempo sin
publicar/escribir algo, esta tarde, en ese fértil periodo de
imaginación que es la siesta, se me ha ocurrido escribir algo sobre
los protagonistas de tantas y tantas películas de terror, los
monstruos, y como no puede ser de otro modo, voy a empezar con uno de
los iconos del género en pleno revival, los zombis. Tomando como
punto de partida el género creado por el papá de los muertos,
George A. Romero, nos encontramos con uno de los terrores recurrentes
de esta generación, seres que solo se guían por un instinto nunca
satisfecho, el hambre, que asolan el planeta haciendo la supervivencia
del ser humano casi imposible.
Personalmente, lo que más miedo me
produce, es el origen de estos seres, que si bien muchas veces se
limitan a residuos tóxicos o radioactivos, otras veces se
basan en creencias religiosas más aterradoras. El motivo de su
aparición más aterrador y abrumador para mí, es que no quede sitio
en el infierno. La persona que tuvo semejante idea acertó de lleno,
porque hace que todas las ideas preconcebidas sobre género cambien por
completo. En el mundo occidental, la religión cristiana, con todas
sus vertientes y creencias, posiblemente supere el 80 % en lo que se
refiere a creencia propiamente dicha, no me refiero a práctica de la
misma. Lo más normal para estas personas es creer que existe un
lugar mejor tras la vida, un sitio al que aspirar llegar por haber
sido buena persona en la vida, y su contrapartida, ese lugar que los
“motiva” de algún modo, ayudándolos a mantener su rectitud.
Ahora pensad en el motivo que antes
mencionaba, que no quede sitio en el infierno. ¿Cuántos años lleva
el ser humano en el planeta? Durante ese tiempo, el número de
muertes que hemos sufrido, ya sea por causas naturales o no, es
realmente incalculable. Trato de pensar en lo que realmente significa
esto, que existiría un límite de espacio en algo que es una de las
bases del cristianismo, un dogma casi, un espacio intangible
reservado solo para los malvados, para los que no pueden llegar al
cielo. El fracaso de la raza humana desde el punto de vista moral de
la perspectiva cristiana. Sin tecnología, sin desastres naturales ni
meteoritos, la raza humana se fagocitaría a sí misma en un último
gesto “pio” por parte de su creencia religiosa, poético a la par
que posible si lo miramos desde un punto de vista radical.
Y si tomamos esto como punto de
partida, pensad ¿Qué seria de los supervivientes? Condenados a una
vida de dolor y sufrimiento, de sacrificio por los pecados que otros
han cometido, para aspirar a no convertirse simplemente en seres sin
mente y poder llegar al paraíso. Una “vida” así, teniendo que
cumplir a rajatabla los preceptos del cristianismo, ¿Es mejor que el
infierno? ¿No seria este realmente el infierno cristiano que tanto
se trataría de evitar? Personalmente me abruma pensarlo, y hablo
desde un punto de vista totalmente escéptico sobre el tema.
¿Habíais pensado alguna vez en ello?
¿Qué opináis? Espero que os haya gustado, a ver si retomamos los
Crossing Tales y las entradas propias, que llevo un tiempo bastante
parado.
Nos leemos.
Nos leemos.
viernes, 4 de abril de 2014
Crossing Tales IV (Abanico y Gato) Autor: Casiopea Ola de calor

Cuando la policía llegó, encontró
una carta sobre la mesa, a la víctima en el sofá y al gato jugando
con las borlas que colgaban del extremo del abanico que la difunta
sostenía aún. Según estaba, empapada en sudor, parecía a punto de
abanicarse. En la carta, la mujer culpaba al Ayuntamiento de su
muerte por no mitigar aquel verano sofocante que la estaba
desquiciando. Antes de levantar el cadáver, el policía rompió la
carta. En el informe, rellenó la casilla de la causa de la muerte
con un escueto "ola de calor".
jueves, 20 de marzo de 2014
Crossing Tales III (Sombrero y nieve) Autor: Casiopea Día de racionamiento
jueves, 13 de marzo de 2014
Crossing Tales II (Geranio y Guión) Autor: Casiopea Geranios
- Me gusta repasar el guión rodeada de geranios. Que suban algunos a mi camerino.
El hombre frente a ella levanta la vista del papel. Ella se impacienta. El guión espera.
- Debo repasar el papel antes de mediodía.
Silencio.
- Hice de geranio en el colegio. Fue mi primer papel.
Silencio. El hombre firma. Toca una campanilla. Al momento, una mujer entra.
- Habitación 63.
La recién llegada levanta a la joven y se la lleva. Como a un corderillo. En el despacho, el psiquiatra aún escucha a la paciente preguntar cuándo subirán los geranios a su camerino.
jueves, 6 de marzo de 2014
Crossing Tales I (Llanura y navaja) Autor: Casiopea
A media llanura advierte que ha olvidado la navaja. Regresa sobre sus pasos descansando a cada poco. Apenas se sostiene. Pero es una buena navaja, le merece la pena el esfuerzo. Con ella ha cortado el cordón umbilical de todos sus hijos, Dios sabe cuántos. Cree que trece.
Al quinto dejó de contarlos. Su madre la usó antes que ella y sigue cumpliendo. La última vez, esa mañana. En el huerto. Allí la encuentra. En el surco. Junto al bulto inerte.
Su navaja de traer niños al mundo. La mujer la limpia, la aprieta contra su pecho. Y se aleja.
Al quinto dejó de contarlos. Su madre la usó antes que ella y sigue cumpliendo. La última vez, esa mañana. En el huerto. Allí la encuentra. En el surco. Junto al bulto inerte.
Su navaja de traer niños al mundo. La mujer la limpia, la aprieta contra su pecho. Y se aleja.
sábado, 1 de marzo de 2014
Amor entre lineas.
Comenzó como lo hacen muchas historias últimamente, coincidieron en una red social, empezaron a hablar y surgió. Él no era persona de gentes, siempre fue algo reservado y silencioso, ingenioso, a veces incluso gracioso, otras insoportables, un tipo particular. Antes de conocerla, había estado con otras, relaciones que con el tiempo se tornaban vacías, insípidas, carentes de significado, acortándose a sí mismas a sus ojos, forzando innumerables rupturas unilaterales. Se encontraba en un punto de no retorno sentimental, o al menos eso pensaba, daba por hecho que el sexo opuesto carecía de interés más allá de lo carnal, hasta el momento en que la conoció.
Cuando comenzaron sus interminables conversaciones, se sumió cada vez más en algo que para él hacia tiempo que no existía, el interés. Por primera vez en mucho tiempo se topaba con una mujer que realmente le atraía, al menos, textualmente. Horas y horas de conversaciones incesantes, chácharas infinitas, enfrentamientos intelectuales constantes. No podía estar más ilusionado, y parecía que esa ilusión no solo era suya.
Una cosa llevó a la otra, y de mutuo acuerdo quedaron para por fin conocerse en persona. Y allí estaban los dos, sentados en un parque, sin casi cruzar palabra. Algo no era igual. Él ya la había visto físicamente en fotos, no era su tipo, de acuerdo, pero para nada le parecía fea. Era una chica guapa, delgada y rubia, con pocas curvas pero bonita sonrisa, pero tras haber estado con tantas mujeres uno tiende a buscar algo más que un cuerpo, al menos esa era su filosofía. Tenía una voz bonita, parecía dulce, y sin embargo algo faltaba, algo no cuadraba en aquella persona con la que hablaba constantemente. Él notaba como la fuerza que existía en las líneas de texto que intercambiaban se iba evaporando, estaba ahí en principio, pero con cada golpe de voz se desvanecía. Tras un largo rato, se despidieron y acordaron hablar esa noche con calma como hacían siempre, cada uno desde su casa.
No podía sentirse más contrariado y confuso. La que posiblemente fuera la mujer que siempre había buscado se desvanecía frente a sus ojos sin poder hacer nada para evitarlo, como si de un espectro se tratara. Ella no tardó en hablarle, parecía que también lo intuyera. Y entonces volvió a ocurrir. Toda esa magia, ese feeling que ambos creían perdido, afloró de nuevo como si nunca se hubiera movido de allí. Pasó tiempo hasta que, de nuevo, volvieron a intentarlo, a verse otra vez, más que nada por miedo a que volviera a ocurrir lo de la última vez. Y como si el destino jugara con ellos, así aconteció.
Ambos, contrariados por la situación, pasaron discutiendo el porqué de su incompatibilidad como personas durante mucho tiempo, quedando varias veces después, hablándolo en persona, besándose, visitando museos, acostándose, viendo cine de autor francés y multitud de cosas más, pero eso que tenían en el texto, no aparecía. Al final, lo dejaron por imposible, pensaron que igual ellos tenían un amor que no era físico, sino textual, por lo que dejaron de verse para solo amarse entre letras e ideas.
Cuando comenzaron sus interminables conversaciones, se sumió cada vez más en algo que para él hacia tiempo que no existía, el interés. Por primera vez en mucho tiempo se topaba con una mujer que realmente le atraía, al menos, textualmente. Horas y horas de conversaciones incesantes, chácharas infinitas, enfrentamientos intelectuales constantes. No podía estar más ilusionado, y parecía que esa ilusión no solo era suya.
Una cosa llevó a la otra, y de mutuo acuerdo quedaron para por fin conocerse en persona. Y allí estaban los dos, sentados en un parque, sin casi cruzar palabra. Algo no era igual. Él ya la había visto físicamente en fotos, no era su tipo, de acuerdo, pero para nada le parecía fea. Era una chica guapa, delgada y rubia, con pocas curvas pero bonita sonrisa, pero tras haber estado con tantas mujeres uno tiende a buscar algo más que un cuerpo, al menos esa era su filosofía. Tenía una voz bonita, parecía dulce, y sin embargo algo faltaba, algo no cuadraba en aquella persona con la que hablaba constantemente. Él notaba como la fuerza que existía en las líneas de texto que intercambiaban se iba evaporando, estaba ahí en principio, pero con cada golpe de voz se desvanecía. Tras un largo rato, se despidieron y acordaron hablar esa noche con calma como hacían siempre, cada uno desde su casa.
No podía sentirse más contrariado y confuso. La que posiblemente fuera la mujer que siempre había buscado se desvanecía frente a sus ojos sin poder hacer nada para evitarlo, como si de un espectro se tratara. Ella no tardó en hablarle, parecía que también lo intuyera. Y entonces volvió a ocurrir. Toda esa magia, ese feeling que ambos creían perdido, afloró de nuevo como si nunca se hubiera movido de allí. Pasó tiempo hasta que, de nuevo, volvieron a intentarlo, a verse otra vez, más que nada por miedo a que volviera a ocurrir lo de la última vez. Y como si el destino jugara con ellos, así aconteció.
Ambos, contrariados por la situación, pasaron discutiendo el porqué de su incompatibilidad como personas durante mucho tiempo, quedando varias veces después, hablándolo en persona, besándose, visitando museos, acostándose, viendo cine de autor francés y multitud de cosas más, pero eso que tenían en el texto, no aparecía. Al final, lo dejaron por imposible, pensaron que igual ellos tenían un amor que no era físico, sino textual, por lo que dejaron de verse para solo amarse entre letras e ideas.
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