miércoles, 22 de julio de 2015

Ortimer Wallace.

Es una verdad universalmente conocida que, como mujer soltera, una tiende a encontrarse con especímenes de lo más variado en el género masculino. Y no puedo decir que sea la mujer más normal de la tierra, tengo montones de manías y rarezas, pero tampoco tantas. Al menos no tantas como Ortimer. Si, se llama Ortimer Wallace, mi ultima adquisición como fémina con hormonas rampantes y en pie de guerra, peleando cada posición estratégica en mi pequeño cuerpo. Veréis, entre el número indeterminado de personas que he tenido la suerte o desgracia de conocer, él se lleva la palma, es el hombre más raro que he conocido, un rara avis con todas las de la ley y me gustaría contaros mi experiencia.

El día que lo conocí estaba paseando el perro por el parque. Es un tópico bastante real eso de que se liga teniendo perro, yo lo uso bastante y se conoce a gente interesante, aunque vamos a lo que vamos que me voy por las ramas. Eran las dos de la tarde, en Julio, harían como 34.º y allí estaba él. Sentado en un banco, con una camisa abotonada hasta el cuello, Dios que angustia solo de pensarlo, unos pantalones cortos por la mitad de la espinilla, una barba capaz de albergar una colonia de mapaches y un corte de pelo entre grasiento y plástico, no sé cómo definirlo aún. Sí, su aspecto me causó una curiosidad inusitada ¿Cómo alguien en su sano juicio podía ir así por la vida?
Pero lo que me hizo acercarme y hablarle no fue su aspecto, fue lo que hacia. Imagináoslo de esa guisa, con un monopatín enorme al lado, y, atención, una maquina de escribir. Una jodida maquina de escribir. Lo sé, lo sé ¿Cómo pudiste acercarte a alguien así? ¿No ves que no puede estar bien de la cabeza? Llamadme loca, pero me considero aventurera y que diablos, me pareció curioso.

Me acerqué y le pregunté que escribía. Respondió que una disertación sobre como el café de Starbucks supera con creces al de otras cafeterías, lo cual me pareció ridículo pero gracioso, una broma ingeniosa, aunque luego descubrí que era real. Empezamos a hablar y bueno, me pareció mono, así que acepte su invitación para tomar algo esa misma tarde. Cuando llegó la hora, allí estaba yo, en plan diva pero sin pasarme, mostrando el género pero sin venderlo demasiado, a comerme el mundo vaya. Y allí estaba él, exactamente igual que esa mañana, resultó que tenía varias prendas iguales y que tenía ese “outfit” previsto para hoy.

Fuimos a un sitio muy “cool” donde cobraban hasta por los posa vasos y todas las bebidas tenían nombres de origen tailandés. Me contó que todo lo que recaudaba el garito se usaba para salvar a unos ñus originarios de allí o algo por el estilo. Entre sus aficiones se encontraban el croos-fit, la zumba, el power-fit, la calistenia, la bachata, la salsa, el Kite surfing, el hiking, el running y un montón de cosas más que no recuerdo. Que está genial tener tantos gustos, pero que ya podía gustarle el parchís o el fútbol. La velada se alargó y acabamos en su casa, por fin un poco de acción, o eso pensaba yo. Está visto que aún existe gente que lo de tomar la ultima se lo toma al pie de la letra. Y allí estaba yo, en la casa de Ortimer, tomándome un vermú negro mientras me contaba el ciclo de desove de los cetáceos del mar del norte. Y en eso quedó todo, tanto cross-fit para no ser ni capaz de empotrarme como dios manda. Pobre Ortimer, la verdad es que no creo que le sentara bien que no quisiera quedar de nuevo con él, pero una tiene necesidades y no tiene el chichi para farolillos para aguantar tal cantidad de palabrería sin acción. Lo siento Orti.

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