Es una verdad universalmente conocida
que, como mujer soltera, una tiende a encontrarse con especímenes de
lo más variado en el género masculino. Y no puedo decir que sea la
mujer más normal de la tierra, tengo montones de manías y rarezas,
pero tampoco tantas. Al menos no tantas como Ortimer. Si, se llama
Ortimer Wallace, mi ultima adquisición como fémina con hormonas
rampantes y en pie de guerra, peleando cada posición estratégica en
mi pequeño cuerpo. Veréis, entre el número indeterminado de
personas que he tenido la suerte o desgracia de conocer, él se lleva
la palma, es el hombre más raro que he conocido, un rara avis con
todas las de la ley y me gustaría contaros mi experiencia.
El día que lo conocí estaba paseando
el perro por el parque. Es un tópico bastante real eso de que se
liga teniendo perro, yo lo uso bastante y se conoce a gente
interesante, aunque vamos a lo que vamos que me voy por las ramas.
Eran las dos de la tarde, en Julio, harían como 34.º y allí estaba
él. Sentado en un banco, con una camisa abotonada hasta el cuello, Dios que angustia solo de pensarlo, unos pantalones cortos por la
mitad de la espinilla, una barba capaz de albergar una colonia de
mapaches y un corte de pelo entre grasiento y plástico, no sé cómo
definirlo aún. Sí, su aspecto me causó una curiosidad inusitada
¿Cómo alguien en su sano juicio podía ir así por la vida?
Pero lo que me hizo acercarme y
hablarle no fue su aspecto, fue lo que hacia. Imagináoslo de esa
guisa, con un monopatín enorme al lado, y, atención, una maquina de
escribir. Una jodida maquina de escribir. Lo sé, lo sé ¿Cómo
pudiste acercarte a alguien así? ¿No ves que no puede estar bien de
la cabeza? Llamadme loca, pero me considero aventurera y que diablos,
me pareció curioso.
Me acerqué y le pregunté que
escribía. Respondió que una disertación sobre como el café de
Starbucks supera con creces al de otras cafeterías, lo cual me
pareció ridículo pero gracioso, una broma ingeniosa, aunque luego descubrí
que era real. Empezamos a hablar y bueno, me pareció mono, así que
acepte su invitación para tomar algo esa misma tarde. Cuando llegó
la hora, allí estaba yo, en plan diva pero sin pasarme, mostrando el
género pero sin venderlo demasiado, a comerme el mundo vaya. Y allí
estaba él, exactamente igual que esa mañana, resultó que tenía
varias prendas iguales y que tenía ese “outfit” previsto para
hoy.
Fuimos a un sitio muy “cool” donde
cobraban hasta por los posa vasos y todas las bebidas tenían nombres
de origen tailandés. Me contó que todo lo que recaudaba el garito
se usaba para salvar a unos ñus originarios de allí o algo por el
estilo. Entre sus aficiones se encontraban el croos-fit, la zumba, el
power-fit, la calistenia, la bachata, la salsa, el Kite surfing, el
hiking, el running y un montón de cosas más que no recuerdo. Que
está genial tener tantos gustos, pero que ya podía gustarle el
parchís o el fútbol. La velada se alargó y acabamos en su casa,
por fin un poco de acción, o eso pensaba yo. Está visto que aún
existe gente que lo de tomar la ultima se lo toma al pie de la letra.
Y allí estaba yo, en la casa de Ortimer, tomándome un vermú negro
mientras me contaba el ciclo de desove de los cetáceos del mar del
norte. Y en eso quedó todo, tanto cross-fit para no ser ni capaz de
empotrarme como dios manda. Pobre Ortimer, la verdad es que no creo
que le sentara bien que no quisiera quedar de nuevo con él, pero una
tiene necesidades y no tiene el chichi para farolillos para aguantar
tal cantidad de palabrería sin acción. Lo siento Orti.
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