martes, 12 de enero de 2016

A pale blue dot.

Y otro año que se nos va. Un suspiro, un tiempo que cuando no llegábamos al metro veinte de altura nos parecía una eternidad y ahora nos resulta efímero. Corto, menor que lo que tardan las vitaminas en huir del zumo recién exprimido. Atrás quedaron los propósitos de mejora, los nunca más volveré a tropezar ahí, los si lo hubiera sabido... Todo un año reducido a eso, recuerdos e intenciones que se nos quedan grabados dentro queramos o no. Al fin y al cabo es en lo que todos nos convertiremos en algún momento, en recuerdos, ya sean buenos o malos, para otras personas. A largo plazo no somos más que estelas, la cola de una estrella que pasa por la vida de otra persona, siendo de mayor o menor importancia, que deja su impronta en la memoria. O no, porque la memoria es un ser cambiante, que fluye a su propio ritmo y que recoge lo que le conviene sin tu tener nada que hacer al respecto. Horas y horas de conversaciones perdidas solo porque tu selectiva y caprichosa mente prefiere almacenar detalles como que el agua de Maskon vale más barata que la de Mercadona.

Muchas veces pienso en lo diminuto que soy, que somos, como especie, como ser... Humanos. Suena como si lo dijera alguien de fuera, aunque puede que no haya nadie. Una especie animal que domina un planeta poblado por otras especies, que por haber evolucionado de otro modo, ya son inferiores. Hemos sido los ganadores de una lotería evolutiva tan compleja que nos abruma, haciendo que la mitad de nuestra especie crea que todo esto es producto de una poderosa magia relacionada con dioses vengativos. Hay de todo, como en botica. Y no percibimos el contexto en el que vivimos. Existimos en un diminuto planeta, que por una minúscula casualidad está situado donde esta, con una rotación en su propio eje y alrededor de una estrella a una velocidad exacta. Pensad un momento en ello. Si por cualquier cosa, nuestro planeta “querido” hubiera estado en otro punto del sistema solar, en cualquier otro punto, no existiríamos. No habría vida. Somos lo que se llama una improbabilidad, algo que no debía ocurrir, pero que gracias a una numerosa serie de casualidades, es posible. Ínfimos, minúsculos, diminutos.

Y aún así, como raza y como entes únicos, marcamos algo en la existencia de alguien, de un modo u otro, para bien o para mal. Posiblemente seamos un virus, un cáncer para el planeta, devorándolo desde dentro, pero algo hemos hecho bien. Hemos creado. Y esas creaciones, en sus muchas formas y colores, nos ayudan a recordar a muchos que por lo efímero de nuestra existencia, ya no nos acompañan. La música, la literatura, el arte, lo que nos mueve y nos emociona. Gente que deja huella en un universo infinito en el que ocupamos un pequeño punto azul pálido. Esa gente que merece ser recordada, que dejaron parte de ellos en nuestras vidas, que compartieron con nosotros, directa o indirectamente una parte de su ser, son las que realmente nos dan importancia como especie. Sin ellos no seriamos lo que somos. Sentid, cread, vivid, sed fieles a vosotros mismos y dejad algo bueno para recordar, aunque yo no sea nadie para decirlo. A fin de cuentas no somos más que eso, un pálido puntito azul perdido en el universo. Un abrazo.

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