Y otro año que se nos va. Un suspiro,
un tiempo que cuando no llegábamos al metro veinte de altura nos
parecía una eternidad y ahora nos resulta efímero. Corto, menor que lo
que tardan las vitaminas en huir del zumo recién exprimido. Atrás
quedaron los propósitos de mejora, los nunca más volveré a tropezar
ahí, los si lo hubiera sabido... Todo un año reducido a eso,
recuerdos e intenciones que se nos quedan grabados dentro queramos o
no. Al fin y al cabo es en lo que todos nos convertiremos en algún
momento, en recuerdos, ya sean buenos o malos, para otras personas. A
largo plazo no somos más que estelas, la cola de una estrella que
pasa por la vida de otra persona, siendo de mayor o menor
importancia, que deja su impronta en la memoria. O no, porque la
memoria es un ser cambiante, que fluye a su propio ritmo y que recoge
lo que le conviene sin tu tener nada que hacer al respecto. Horas y
horas de conversaciones perdidas solo porque tu selectiva y
caprichosa mente prefiere almacenar detalles como que el agua de
Maskon vale más barata que la de Mercadona.
Muchas veces pienso en lo diminuto que
soy, que somos, como especie, como ser... Humanos. Suena como si lo
dijera alguien de fuera, aunque puede que no haya nadie. Una especie
animal que domina un planeta poblado por otras especies, que por
haber evolucionado de otro modo, ya son inferiores. Hemos sido los
ganadores de una lotería evolutiva tan compleja que nos abruma,
haciendo que la mitad de nuestra especie crea que todo esto es
producto de una poderosa magia relacionada con dioses vengativos. Hay
de todo, como en botica. Y no percibimos el contexto en el que
vivimos. Existimos en un diminuto planeta, que por una minúscula
casualidad está situado donde esta, con una rotación en su propio
eje y alrededor de una estrella a una velocidad exacta. Pensad un
momento en ello. Si por cualquier cosa, nuestro planeta “querido”
hubiera estado en otro punto del sistema solar, en cualquier otro
punto, no existiríamos. No habría vida. Somos lo que se llama una
improbabilidad, algo que no debía ocurrir, pero que gracias a una
numerosa serie de casualidades, es posible. Ínfimos, minúsculos,
diminutos.
Y aún así, como raza y como entes
únicos, marcamos algo en la existencia de alguien, de un modo u
otro, para bien o para mal. Posiblemente seamos un virus, un cáncer
para el planeta, devorándolo desde dentro, pero algo hemos hecho
bien. Hemos creado. Y esas creaciones, en sus muchas formas y
colores, nos ayudan a recordar a muchos que por lo efímero de
nuestra existencia, ya no nos acompañan. La música, la literatura,
el arte, lo que nos mueve y nos emociona. Gente que deja huella en un
universo infinito en el que ocupamos un pequeño punto azul pálido.
Esa gente que merece ser recordada, que dejaron parte de ellos en
nuestras vidas, que compartieron con nosotros, directa o
indirectamente una parte de su ser, son las que realmente nos dan
importancia como especie. Sin ellos no seriamos lo que somos. Sentid,
cread, vivid, sed fieles a vosotros mismos y dejad algo bueno para
recordar, aunque yo no sea nadie para decirlo. A fin de cuentas no
somos más que eso, un pálido puntito azul perdido en el universo.
Un abrazo.
Carl Sagan estaría orgulloso de ti ahora mismo :P
ResponderEliminarNo me digas esas cosas que me pongo tonto jo :3 :*
Eliminar