A media llanura advierte que ha olvidado la navaja. Regresa sobre sus pasos descansando a cada poco. Apenas se sostiene. Pero es una buena navaja, le merece la pena el esfuerzo. Con ella ha cortado el cordón umbilical de todos sus hijos, Dios sabe cuántos. Cree que trece.
Al quinto dejó de contarlos. Su madre la usó antes que ella y sigue cumpliendo. La última vez, esa mañana. En el huerto. Allí la encuentra. En el surco. Junto al bulto inerte.
Su navaja de traer niños al mundo. La mujer la limpia, la aprieta contra su pecho. Y se aleja.
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